Relatos del Laberinto

Adéntrate en el laberinto de las palabras y descubre mi pasión por la escritura. Aquí encontrarás todo tipo de relatos ¡Espero que disfrutes de este viaje literario!

EL GRAN ÁRBOL

 

 

En América del Norte, en el centro de una pequeña aldea india, existía un árbol enorme. Tan grande era, que toda la tribu lo consideraba el árbol sagrado de la buena suerte. Y, cuando algún miembro de la tribu enfermaba, lo llevaban hasta él y lo dejaban bajo sus ramas una noche entera y, a la mañana siguiente, sin saber cómo, el enfermo se levantaba recuperado.

Un día, llegaron montados a caballo varios hombres, con la tez blanca como la nieve y el pelo amarillo como el sol. Eran los ingleses, que habían oído hablar del poder del gran árbol y llegaban para talarlo y vender su madera y sus hojas como milagrosas. Y, por mucho que la pequeña tribu trató de convencerlos e impedirlo, no lo consiguió. El día en que se disponían a cortar el árbol, la mujer del Jefe sintió una gran pena por lo que estaba pasando. Y enfermó. Además, aunque trataron de llevarla bajo el gran árbol sagrado, fue demasiado tarde: los hombres blancos ya lo habían talado. Todos en la tribu, pensaron que la mujer del Jefe no aguantaría más de una o dos noches, así que se rindieron al destino. Pero el Gran curandero, tuvo la idea de usar las hojas que habían quedado en el suelo, para hacer medicina y dársela a la mujer. Así, que se puso a cocerlas y consiguió terminar el remedio a tiempo. La mujer del Jefe lo tomó y, en cuestión de un par de días, se recuperó. De esta manera, los miembros de esta tribu mostraron las propiedades del árbol y su verdadera magia: la magia del Árbol de piñón americano.

Un día, todos en la aldea decidieron plantar las semillas y, en unos años, consiguieron crear un bosque entero de jóvenes árboles. Los pájaros también ayudaron y el Árbol de piñón, se extendió por toda Norteamérica. Ahora, cuando un aldeano enferma, en vez de ponerlo bajo el Gran árbol, toma el caldo de sus hojas.

Pero un inesperado día, el viejo curandero enfermó gravemente y nadie en el poblado sabía hacer la medicina como él la hacía, pues cada uno en la comunidad cumplía su función y el anciano, guardaba sus secretos. Así que los aldeanos decidieron curarlo como lo hacían antes: llevándolo bajo uno de los árboles curativos. Sin embargo, el anciano no se recuperó, porque los árboles todavía eran demasiado jóvenes y no tenían la fuerza del Gran árbol. Entonces, un joven adolescente, le preguntó cómo fabricar la medicina. Pero el hombre ya no tenía muchas fuerzas para hablar. Solo dos palabras salieron de su boca: machacar y cocer. Así lo hizo el joven. Y aunque no fue fácil, consiguió hacer que el viejo se recuperase y éste convirtió al adolescente en su aprendiz. Cuando muriese, él sería el nuevo curandero de la tribu. El joven aprendiz quería usar el poder curativo de todas las plantas. Y se puso a aprender de cada hierba, arbusto o matorral. En unos años, su fama llegó a oídos de otras tribus e, incluso, hasta el hombre blanco.

Un día, llegaron hasta el poblado indio el sheriff del pueblo vecino y su mujer. La mujer estaba muy enferma y pedía ayuda. Hacía dos años desde que el viejo curandero había muerto, pero el joven aprendiz ya había ocupado su lugar. Sin embargo, una de las mujeres del poblado indio, reconoció al hombre: era uno de los que, hacía años, vino para talar el Gran árbol.

  • ¡No les ayudéis! –gritó. –¡Él mató al Gran árbol, él mató al Gran árbol!

Pero el joven curandero contestó:

  • Mi naturaleza es bondadosa, así que perdonaré a este hombre y ayudaré a su mujer, pues convirtieron su mala acción en una oportunidad para aprender todavía más de todo lo que tenemos alrededor.

La mujer del Sheriff estaba gravemente enferma, pero fue curada por el joven. El sheriff, intentó agradecer lo que había hecho, así que le ofreció al joven curandero dos monedas de oro, pero éste las rechazó, al considerarlas demasiado dinero y solo les pidió que respetasen a su aldea, al Gran árbol de piñón y a la Naturaleza.

Así fue durante un tiempo, sin embargo, cada uno posee sus características y la lucha entre el hombre y la naturaleza continúa hoy en día.

LA TÍPICA HISTORIA DE TERROR

 

 

Liam: ese es el nombre del protagonista de esta escalofriante historia.

Ahora, ármate de valor para leer estas líneas. O abandona, antes de que sea demasiado tarde…

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Liam era el típico niño adinerado, que vivía en el típico barrio y en la típica casa antigua reformada, tan común en los Estados Unidos. Casas con mucha memoria. Casas con algún que otro secreto, oculto en sus antiguas paredes, cubiertas de papel floral. La historia de Liam no es especial. Liam, tampoco, pero…

Esta, en realidad, no es su historia, sino la de todo el barrio y todos los vecinos de Shout of Broad. Pero comencemos por el principio: todo empezó una noche de otoño: el viento soplaba con fuerza y el búho ululaba. Liam se quedó pensativo en el sofá. No estaba cansado, así que se tumbó a ojear las revistas de su madre, aunque le aburriesen más que las clases de Historia del Sr. Brandon. Por aquel entonces, no había televisión, maquinitas o cualquiera de esos aparatos electrónicos, pero mientras Liam observaba las páginas con detenimiento, escuchó un ruido extraño y le vino un escalofrío que lo recorrió entero, de la cabeza a los pies. Sin embargo, no solo Liam escuchó ese sonido, sino todos los niños y solo los niños de aquel barrio. No era un sonido corriente, por eso todos asomaron su cabeza a la ventana, con una mezcla de miedo y curiosidad. Pero solo se podía ver la tenue luz de la luna y algún que otro gato callejero. Cuando, a la mañana siguiente, los niños despertaron para ir al colegio, en cada una de sus casas había una extraña sensación, nunca antes experimentada, que obligó a todos los jóvenes a salir rápidamente de casa, pero no para ir al colegio, sino a otro lugar. Todos caminaron aprisa y se reunieron en el bosque cercano. Allí, los esperaba un hombre vestido de gris, que los miraba con una entrañable sonrisa. Sin embargo y de repente, todos los niños se despertaron en su hogar. Solo había sido un sueño y siempre les quedó la duda de quién era y qué esperaba aquel hombre tan extraño.

EL HADA DEL AGUA

 

 

Hace muchos años, en una cabaña de madera, vivían una pareja de ancianos, cerca de un lago. La mujer, aunque anciana, era bella como una joya. El hombre trabajaba haciendo y puliendo cerámica y, todos los miércoles, la vendía en el mercado. Un día, la pareja salió a pasear por el bosque y vio a una pequeña niña ¡y decidieron llevarla a la cabaña de madera! La anciana, en cuanto llegó, la envolvió con un tejido de lana, para que no tuviese frío.

Pasaron los años y, conforme la pequeña crecía, los ancianos se dieron cuenta de que su color de pelo no era natural. El pelo se estaba volviendo de un extraño color verdoso y su tez era cada vez más blanca. Los padres comenzaban a asustarse, conforme pasaban los meses, así que decidieron llevarla al único curandero del bosque. Una vez allí, el curandero les dijo que esa niña en realidad era una bruja y que tendrían que abandonarla antes de los dieciocho años, porque si no, podría llegar a ser muy peligrosa. Tan triste se quedó la pareja, que decidieron hacer con ella todo lo imposible. Pasaron los años y llegó el momento de abandonar a la niña; la llevaron lejos, muy lejos, hasta una vieja cabaña abandonada. La madre le había tejido ropa y le había preparado mucha comida y el padre le fabricó platos y vasos.

  • Adiós, cariño, aquí estarás bien- dijo la madre.

Entonces, la “niña” habló:

  • Madre, padre, yo no soy una bruja, sino el hada del bosque. Y mi piel es de agua y mi pelo es del color de la hierba. Y resplandezco, porque mi luz es de luna. Yo, soy la que da lugar a las cuatro estaciones. Si me dejáis aquí, será invierno todo el año, hasta que no quede nada. El destino me puso en vuestro camino, para que me criaseis y me pudiera convertir en mujer. Entonces los padres comprendieron y los tres se fundieron en un cariñoso abrazo.

 

 

 

 

(Judit, escrito a los 9 años)

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