En América del Norte, en el centro de una pequeña aldea india, existía un árbol enorme. Tan grande era, que toda la tribu lo consideraba el árbol sagrado de la buena suerte. Y, cuando algún miembro de la tribu enfermaba, lo llevaban hasta él y lo dejaban bajo sus ramas una noche entera y, a la mañana siguiente, sin saber cómo, el enfermo se levantaba recuperado.
Un día, llegaron montados a caballo varios hombres, con la tez blanca como la nieve y el pelo amarillo como el sol. Eran los ingleses, que habían oído hablar del poder del gran árbol y llegaban para talarlo y vender su madera y sus hojas como milagrosas. Y, por mucho que la pequeña tribu trató de convencerlos e impedirlo, no lo consiguió. El día en que se disponían a cortar el árbol, la mujer del Jefe sintió una gran pena por lo que estaba pasando. Y enfermó. Además, aunque trataron de llevarla bajo el gran árbol sagrado, fue demasiado tarde: los hombres blancos ya lo habían talado. Todos en la tribu, pensaron que la mujer del Jefe no aguantaría más de una o dos noches, así que se rindieron al destino. Pero el Gran curandero, tuvo la idea de usar las hojas que habían quedado en el suelo, para hacer medicina y dársela a la mujer. Así, que se puso a cocerlas y consiguió terminar el remedio a tiempo. La mujer del Jefe lo tomó y, en cuestión de un par de días, se recuperó. De esta manera, los miembros de esta tribu mostraron las propiedades del árbol y su verdadera magia: la magia del Árbol de piñón americano.
Un día, todos en la aldea decidieron plantar las semillas y, en unos años, consiguieron crear un bosque entero de jóvenes árboles. Los pájaros también ayudaron y el Árbol de piñón, se extendió por toda Norteamérica. Ahora, cuando un aldeano enferma, en vez de ponerlo bajo el Gran árbol, toma el caldo de sus hojas.
Pero un inesperado día, el viejo curandero enfermó gravemente y nadie en el poblado sabía hacer la medicina como él la hacía, pues cada uno en la comunidad cumplía su función y el anciano, guardaba sus secretos. Así que los aldeanos decidieron curarlo como lo hacían antes: llevándolo bajo uno de los árboles curativos. Sin embargo, el anciano no se recuperó, porque los árboles todavía eran demasiado jóvenes y no tenían la fuerza del Gran árbol. Entonces, un joven adolescente, le preguntó cómo fabricar la medicina. Pero el hombre ya no tenía muchas fuerzas para hablar. Solo dos palabras salieron de su boca: machacar y cocer. Así lo hizo el joven. Y aunque no fue fácil, consiguió hacer que el viejo se recuperase y éste convirtió al adolescente en su aprendiz. Cuando muriese, él sería el nuevo curandero de la tribu. El joven aprendiz quería usar el poder curativo de todas las plantas. Y se puso a aprender de cada hierba, arbusto o matorral. En unos años, su fama llegó a oídos de otras tribus e, incluso, hasta el hombre blanco.
Un día, llegaron hasta el poblado indio el sheriff del pueblo vecino y su mujer. La mujer estaba muy enferma y pedía ayuda. Hacía dos años desde que el viejo curandero había muerto, pero el joven aprendiz ya había ocupado su lugar. Sin embargo, una de las mujeres del poblado indio, reconoció al hombre: era uno de los que, hacía años, vino para talar el Gran árbol.
- ¡No les ayudéis! –gritó. –¡Él mató al Gran árbol, él mató al Gran árbol!
Pero el joven curandero contestó:
- Mi naturaleza es bondadosa, así que perdonaré a este hombre y ayudaré a su mujer, pues convirtieron su mala acción en una oportunidad para aprender todavía más de todo lo que tenemos alrededor.
La mujer del Sheriff estaba gravemente enferma, pero fue curada por el joven. El sheriff, intentó agradecer lo que había hecho, así que le ofreció al joven curandero dos monedas de oro, pero éste las rechazó, al considerarlas demasiado dinero y solo les pidió que respetasen a su aldea, al Gran árbol de piñón y a la Naturaleza.
Así fue durante un tiempo, sin embargo, cada uno posee sus características y la lucha entre el hombre y la naturaleza continúa hoy en día.
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